Wednesday, February 16, 2011

Pequeñas historias

Muchas veces no es lo que vives sino como lo cuentas. Un paseo por Madrid puede convertirse en un pasaje cómico de un libro si tus zapatos hacen ruido bajo la lluvia. Bajando por la antigua calle lo único que oigo son mis pisadas, el claxon de un taxi apresado y las gotas pequeñas y constantes que van a para a mi paraguas. La mujer recostada enfrente de una cafetería, sucia por el tiempo y la falta del reflejo de unos ojos en ella, pide algo de dinero. Paso a su lado por segunda vez mirándola de reojo y cuando me toca esperar en el paso de cebra es cuando oigo su voz, su medio grito. Vuelvo y la busco entre las grandes macetas blancas pero no son tan grandes como para ocultar a una persona, pienso, y doy otro paso más y la encuentro y ya no parece tan pequeña. Está dormitando ahora. -Señora! Señora!- le digo. Pero el ruido de la lluvia hace sordas mis palabras o tal vez la mujer está muy acostumbrada al barullo. Tiene el vaso muy apretado entre las manos y apenas se ve el borde entre sus ropajes pero consigo deslizar la moneda y cual mimo, resurge. Entiendo un "gracias" muy bajito. Busco mesa en la cafetería y tengo la suerte de aprovechar una que se quedaba libre. Tiene una silla muy alta y parezco un pájaro en una rama mirando desde lo alto a todos los demás cuervos trajeados. Me cuelgan los pies, pero eso es algo bueno. En cuestión de 10 minutos se vacía el local y me quedo sola con la mujer de al lado que habla por teléfono. Hay un hombre en su ordenador y una mujer que pide ahora su café. Pienso, madre mía, van a pensar que he elegido este sitio de entre todos los demás. Nada más lejos a mi persona pero es lo que parece. Así que no me muevo, cual actor en paro, y sigo bebiendo mi café como si disfrutara observar desde arriba.

-Muriel

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